G.G. ubica la mirada en el vacío, allí donde la carne se diluye. El cuerpo no está en su lugar sino que se rinde ante la sensación de un abrazo que se repite. El cuerpo confluye en lo que ve, en aquellas partes que sólo se pueden recuperar en el verso. El cuerpo habita un lugar que se multiplica y que se proyecta como una serie de fotografías en el interior del sujeto. Los paisajes están encerrados en una cámara oscura mientras son observados por unos ojos vacíos y por unas manos que se enfrían. Frente a tal exposición, “no hay lugar donde esconder el alma que se agota”.
Lucas Margarit